La industria usa la sexualidad para anunciar sus productos, los negocios prefieren la materialización de la palabra en sus mostradores y algunos, hasta comercializan directamente el término (cuerpos).
Cuando pensamos en sexualidad nos remitimos a cosas muy grandes, por ejemplo: mujeres con fama y poder. Nos cuesta imaginar dicha palabra sin una de ellas a nuestro lado.
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Afrontémoslo, ¡el sexo nos atrae!
Hay cuerpos que están muy bien hechos y nos aflora las hormonas, sobre todo,
cuando se trata de mujeres realmente buenas que están ahí. Y, lo queramos o no,
ejercen un gran poder sobre nosotros.
O, ¿a quién no le atrae una mujer tipo Angelina Jolie, Jennifer Aniston o Scarlett Johansson? Creo que a todos. Es un tipo de fantasía sexual que todos tenemos Tan solo ellas, con las múltiples cosas que encierra su sexualidad, son capaces de despertar atracción instantánea en millones de hombres de cualquier cultura o país del mundo.
Y aun cuando ninguna de las mujeres
citadas sea “tu tipo”, apuesto a que si cualquiera de ellas estuviese ahora
mismo dondequiera que te encuentres, se acercara a ti lentamente y te pase el
dedo por el cuello mientras te mira intensamente a los ojos, con los suyos
brillando de deseo… apuesto, entonces, a que en tu organismo se produciría un
repentino cambio fisiológico (sexualidad).
Pero, ¿qué sentirías si, en cambio,
hiciera lo mismo esa cuarentona con sobrepeso y vello facial con la que hablas
a diario? Con toda seguridad, algo completamente distinto. ¿La razón? No es una
mujer buena, su sexualidad no te atrae, no es gustosa.
Ahora bien, ¿te has preguntado alguna
vez qué es una mujer buena exactamente? ¿Quién lo decide? ¿Cómo es posible que
exista un acuerdo tan generalizado sobre ellas? ¿Y por qué provocan tales
reacciones en nosotros? ¡La sexualidad juega un papel muy importante desde la
atracción!
La respuesta puede ser más simple de
lo que muchos imaginamos y está en el cerebro. Es allí donde se accionan una
serie de interruptores neuronales capaces de activar los circuitos encargados
de la atracción, del gusto y del manejo de la sexualidad (lo que hay y lo que
queremos).
Es aquí donde nuestra parte
consciente del cerebro juega un papel importante pero no completo. De momento,
solo nos hace decidir sin un por qué. Sin embargo, inventa razones, justifica
respuestas sin siquiera consultarnos y no menos importante, saca lo más
profundo de nosotros y que por X o Y razón, habíamos decidido guardar.
Las reacciones nuestras
(sexualidad), son instantáneas e inconscientes, son simplemente las razones por
las que experimentamos ese súbito interés por lo que vendrá.
Porque, en un primer momento, lo
único que sabes es que ya la estás mirando sin haberlo decidido. Algo en ella
ha accionado varios interruptores en tu interior y antes que puedas darte
cuenta de ello, ya te sientes atraído.
En conclusión, la atracción nos
viene impuesta por factores que están fuera de nuestro control. Obvio, podemos
luchar contra ella. Pero esa lucha puede hacer evidente que nos encontramos
frente a algo que no hemos elegido.
La atracción no es una elección.
Sobre todo, en nosotros los hombres. Sí, señores, ¡las mujeres son muy
diferentes en ese aspecto, en lo relacionado a su sexualidad desde la atracción!
Sexualidad
desde la evolución
Desde Darwin data el curso de una
sexualidad plena. La responsabilidad de nuestra excitación sexual va más allá
de nuestros genes. Es algo más que evolutivo.
El principal propósito del hombre
debe ser aumentar el éxito con las mujeres y sentirse plenamente realizado como
ser humano.
Entendiendo las diferentes
características del hombre y la mujer, ambos sexos desarrollan estrategias
reproductivas diferentes. La mujer está destinada a convertirse en un recurso sexualmente
escaso, mientras que el hombre en uno abundante.
Y esto será así, aun cuando haya un
número similar de hombres y mujeres. La mujer solo es fértil en un periodo
concreto del mes, mientras que el hombre lo es siempre. Ella deja de serlo una
vez es fecundada, al menos durante nueve meses, mientras que en el hombre esta
causal no le impide nada.
Algo similar, desde la sexualidad,
como ocurre con los espermatozoides cuando no seleccionan al óvulo. Los hombres
competimos por cualquier mujer fértil y sana. Las mujeres, en cambio, se
comportan de un modo selectivo, como el de los óvulos.
Dicha estrategia les hace buscar
tres cosas (casi siempre en la vida): buenos genes, estatus y capacidad para
ofrecerles una excelente posición social, protección y asistencia.
La mujer siempre debe seleccionar y sus
criterios utilizados para hacerlo son válidas, socialmente hablando. Sin
embargo, descalificar suele ser mucho más importante aún que seleccionar,
¡simple!
Cuando no elige al mejor candidato,
sus genes tienen una sola oportunidad de sobrevivir y replicarse, siempre que cumpla
con ciertos estándares impuestos en el transcurso de su vida.
Pero, ¿qué ocurriría si, debido a un
error, deja “colarse” en el proceso de selección algún candidato equivocado? Es
algo que vemos en la sociedad actual: hombres sin nada que acaparan la
capacidad reproductiva de ellas y dan un golpe, hasta de suerte, con sus genes.
Cuando una mujer tiene una duda,
descalifica. Pero también seleccionan en ese grupo de hombres que ya habían
sido descalificados con anterioridad. ¡Esos perdedores que pierden todo menos
la fe!
Obvio, el proceso de selección de
las mujeres no es perfecto. También tiene su margen de error. Por su carácter
sobreprotector no asegura siempre la victoria ni escoge al mejor candidato.
La sexualidad es tan compleja, que
por ejemplo, no somos satisfechos, incluso, teniendo muchas garantías y
descartando candidatos (as) no aptos para el ejercicio de la reproducción.
Esto termina siendo un riesgo grave
para nuestros genes, porque siempre será mejor arriesgarnos (mejor es nada) y
eliminar de competición algunas personas excepcionalmente válidas (no todo es
perfecto).
Otro de los ejemplos se ve reflejado
cuando, como hombres, cometemos graves errores con las mujeres. En ocasiones es
mejor comenzar con otra desde cero que enmendar errores que solo nos traerán
dolores de cabeza. Claro está, proceso de seducción e inicio, no relaciones
consolidadas.
¿La
sexualidad nos hace diferentes como hombres y mujeres?
La respuesta a dicha pregunta podría
estar en el miedo que sentimos, el mismo que nos hace reproducirnos. A todos
nos descontrola un deseo hasta que no lo satisfacemos. ¡Esa es la llave directa
al placer!
Es allí donde están las formas de
consolidar relaciones. La sexualidad es tan maravillosa precisamente porque es
todo eso y mucho más. Estamos dotados de órganos hechos especialmente para
tener relaciones sexuales: encajan perfectamente y tienen numerosas
terminaciones nerviosas para que la unión sexual sea placentera.
Pero el sexo es, en realidad, una
experiencia en la que participa el cuerpo entero, desde el cerebro hasta los
dedos de los pies. Y se traduce en placer cuando encontramos una buena pareja
sexual que nos acopla las partes.
A lo largo de las generaciones se considera
el privilegio de haber descubierto los placeres del sexo. Sin embargo, no
estaríamos aquí si no fuese por la vida sexual de las generaciones pasadas y
aunque nos cueste trabajo imaginarnos a nuestros padres y abuelos en la
intimidad, la verdad es que por ellos todo nació. ¡El reconocimiento es para
ellos!
La sexualidad se puede practicar de
muchas formas, pero el resultado es la búsqueda de la felicidad. Hacer el amor,
por ejemplo, tiene como meta el orgasmo.
Si su único objetivo es concebir una
vida (un bebé), entonces el placer se vuelve secundario. Uno de los misterios
del sexo es la conducción de diferentes caminos al mismo destino. En la
sexualidad todos los caminos conducen a Roma.
La
sexualidad como experiencia sensorial
No estamos en la tierra con el único
fin de darle a la sexualidad el camino reproductivo, ¡falso! Lo que
verdaderamente lleva a las personas a disfrutar de su sexualidad es la
experiencia sensorial.
La amplia gama de placeres físicos y
emocionales que la persona disfruta gracias a su actividad sexual. Dichos placeres
deberían ser suficientes para atraer a las personas a tener relaciones
sexuales. Pero en realidad, esta experiencia sensorial tiene dos lados, dos
caras de la moneda.
Si uno no practica el sexo (así sea
solo por unas horas, en el caso de los adultos jóvenes, o semanas, en las personas
de más edad), siempre esa voz de la consciencia nos dirá que es hora de hacer
el amor.
Hablando vulgarmente: nos ponemos
calientes y con el pasar del tiempo, aumenta el deseo sexual. Claro que los
humanos tenemos la capacidad de satisfacer los deseos por cuenta propia (masturbación).
Sin embargo, el método preferido para resolver esa necesidad es tener
relaciones sexuales con otra persona.
En la tercera edición de Sexo para
Dummies, de la Dr. Ruth K. Westheimer y Pierre A. Lehu, lo especifican. ‘Si un
niño despierta en medio de la noche, cuando sus padres están haciendo el amor,
escuchará ruidos aparentemente aterradores. La gran intensidad de tales sonidos
es prueba de cuan fuerte puede ser esa experiencia sensorial’.
No hay nada como el disfrute que solo
el sexo es capaz de proporcionar. Y como todo radica en el cerebro, es de suma
importancia comprender el proceso. Entre más nos instruyamos del tema, mejor
serán los resultados.
Sexualidad
desde el deseo
También es conocida como libido. Antecede
a la estimulación física o sicológica. En esta parte, según los científicos,
intervienen sustancias químicas presentes en el organismo (testosterona), hormona
sexual masculina que también tienen las mujeres y desencadena el deseo sexual.
De allí crece la excitación sexual.
Sexualidad
desde la excitación
Es aquí cuando los genitales
experimentan vaso-congestión (aumento de tamaño causado por el incremento del
flujo de sangre hacia los tejidos). En el hombre, esta excitación conduce a la
erección. En la mujer, el clítoris y los labios vaginales se hinchan, aumenta la
lubricación, se agrandan los senos y se endurecen los pezones.
Otras señales físicas de esta fase
son el incremento de la frecuencia cardiaca y respiratoria. Y no menos
importante, de la presión arterial. Los músculos de los brazos y de las piernas
comienzan a tensarse y algunas personas experimentan un rubor sexual (calentura)
en la parte superior del abdomen, que puede extenderse hasta la zona del pecho.
A esta fase se llega debido a uno o
a varios estímulos físicos, visuales o psicológicos, que pueden provenir de uno
mismo o de la pareja.
Sexualidad
desde niveles no imaginados
Aquí la excitación llega a niveles
superiores, ¡nada la detiene! La tensión siempre tiende a aumentar. Aparecen
unas cuantas gotas de líquido en la cabeza del pene, que funcionan como
lubricante para los espermatozoides. Allí puede haber espermatozoides que
quedaron en la uretra (caja) de eyaculaciones anteriores. ¿Han escuchado hablar
de echarlo afuera? Pilas, ¡es peligroso!
Digamos que esta fase es una
extensión de la excitación, la diferencia es muy exacta y sutil. Aquí todo es
sexualidad.
Sexualidad
desde el orgasmo y la resolución
Es aquí donde hombres y mujeres experimentan
una serie de contracciones y espasmos musculares, desde el rostro hasta la
punta del dedo pequeño del pie. Se incrementa la frecuencia cardiaca,
respiratoria y presión arterial.
Además, se producen contracciones de los órganos genitales. Nosotros los hombres también experimentamos contracciones de la eyaculación que ocurren en dos fases: inevitabilidad (sensaciones que indican el famoso punto de no retorno) y la eyaculación (expulsión de líquido seminal).
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Después, el cuerpo regresa
lentamente a la normalidad. Las condiciones físicas que existían antes de que
comenzara la excitación. Esto es conocido como fase de resolución y por lo
general, es mucho más prolongada en la mujer que en el hombre. Es aquí donde se
manifiestan sentimientos asociados a la sexualidad propia del ser como la ternura,
las caricias y palabras que tocan fibras de amor.
El hombre, además, pasa por un período
refractario (tiempo necesitado después del orgasmo para responder nuevamente a
un estímulo sexual, lograr otra erección y llegar a otro orgasmo).
Cuando se está en etapas tempranas
de la vida (juventud), dicho período suele durar tan solo unos minutos. Por lo
general, en etapas más adultas, el tiempo refractario aumenta y requiere de más
manejo.
Con tantas personas a nuestro
alrededor, es casi inevitable que alguien no pueda disfrutar su sexualidad a
plenitud y por supuesto, encuentre con quién compartir ese sentimiento llamado
amor. El mismo que a veces no dura por falta de cuidados. Recuerden, ¡el amor
humano lo mantiene vivo la sexualidad!